viernes, 21 de febrero de 2014

UN SUEÑO



Yo estaba en la cama con Idoia Nieves cuyo aspecto en realidad  ignoro totalmente pero que en mi sueño era una mujer de 35 años con cuerpo de funcionaria que hace spining por las tardes y que a pesar de conservar casi la totalidad del esplendor de su cuerpo es ignorada por su marido. Así que yo estaba en la cama con Idoia Nieves y empezaba a besar su cuello y luego la zona de detrás de las orejas  mientras pensaba cómo amaba a aquella mujer y lo hermoso que era su nombre y sobre todo su apellido y comienzo a susurrar en sus oídos evocadores  símiles con su apellido y la belleza de las cosas, las Nieves que con su blancura sanan el mundo de su negrura, las Nieves que extirpan con su fría y silenciosa caída toda la culpa del mundo, arrojarme a las Nieves y entregar mi cuerpo a su frío olvido, blanco y gozoso. Pero justo en ese momento recuerdo lo que sucede de verdad y es que aunque amo a Idoia Nieves es Yolanda Barcina quien me paga la casa, quien me mantiene y costea mi dudosa carrera literaria a cambio de que le haga el amor con desgana una o dos veces al mes. Yo y Yolanda, quien ahoga en mi cuerpo las tensiones políticas y las intrigas de los despachos. Verbo y Verga, así es como me llama Yolanda Barcina y cada vez que entra a mi apartamento lleno de libros, cada vez que irrumpe  sin avisar  dejando a sus guardaespaldas en el portal o en el bar de abajo (nunca lo sé) me ordena que me desnude inmediatamente y que le haga el amor de forma inmisericorde, y me dice "Jódeme cómo si fuera Maiorga" y me pide que pronuncie palabras en euskera (palabras que en su mayor parte yo invento porque no hablo euskera), que las grite sin piedad,  hasta que ella termina, y siento que en mi interior se opera una especie de efecto benéfico y bondadoso en el mundo cuando acaba.  Así que lo que sucede también después es que Yolanda se fuma un cigarrillo mientras  echa un ojo a mis cuartillas con un interés relativo y en silencio y luego mientras se viste me dice "Eres cojonudo" aunque sin concretar si se refiere a mi escritura o a lo otro, y antes de irse me arroja un cheque con bastantes ceros y mientras se peina yo la miro y pienso que en algún lugar aquella mujer es tremendamente atractiva aunque puede que jamás lo sepa nadie. Y eso es todo lo que pienso con mi rostro junto a la suave nuca de Idoia Nieves, en la oscuridad mitigada por un brillo invernal que su piel emite y le digo que la amo y le digo que si hunde a Yolanda, que si la hunde, mi carrera de escritor está acabada, que si termina con su gobierno tendré que buscar un trabajo y que yo tengo manos de pianista y necesito leer y escribir para no ser hombre muerto, y que es ella quien paga nuestro nido de amor, y que lo haga por mí pues la amo de una forma incomprensible que no puedo describir, entonces ella se da la vuelta bruscamente y se queda un rato observándonos a mí y al infinito y me besa profundamente con un beso que dice tantas cosas que no soy capaz de escuchar todas. Entonces mi sueño se torna borroso y luego aparece Idoia Nieves en una comisión parlamentaria y miles de preguntas son formuladas mientra que Idoia llora tímidamente,  y con entereza y a todas las preguntas da la misma respuesta musitada, casi inaudible: El amor, El amor El amor, El amor mientras que hombres trajeados se llevan las manos a las cabezas y  justo en ese momento es cuando yo he despertado y la verdad, no he sabido si reír o llorar.

viernes, 14 de febrero de 2014

Culpa





No podías con la culpa, era superior a ti, no podías, ni siquiera te quitabas el anillo, te pedí que te lo quitaras pero no lo hiciste, no lo hiciste jamás, preferías que fuera así, y no sólo eso, lo mirabas con frecuencia, lo mirabas cuando más te gustaba lo que te hacía,observabas fijamente el anillo brillar y lo acercabas a tus ojos cuando te hacía eso que él no sabía, cuando te hacía eso, y sentías la culpa, y yo pensaba que encontrabas placer en ese dolor profundo, cuando lamía tu piel, y lo pensaba en cada ocasión, cada vez y te veía llorar o gemir o todo a la vez, y no podías con la culpa repetías y no querías que aquello fuera hermoso, aunque lo necesitaras, aunque te hubieras matado si yo hubiera dicho que hasta aquí, necesitabas sentir la culpa, necesitabas enfrentar la imperfección de la culpa a la perfección del amor, un error inmejorable, pero lo último que querías es que aquello fuera algo bonito, eso no por favor, y buscabas que todo fuera torpe, inexacto, que nos moviéramos de una forma, sincopada y discorde, con caricias inapropiadas, con palabras incorrectas e interrupciones extemporáneas y elegías lugares desagradables, donde el mar estaba sucio, donde todo olía mal, playas escondidas donde los peces sólo iban a morir, donde recalaba la basura de los océanos, hay lugares en la tierra que tienen remordimientos, me dijiste, lugares donde el mar es negro, pero no ese negro que es profundo y al que quieres entregarte no, un negro que da miedo, un negro entrañas adentro, un negro negro, calles nauseabundas, o bares sórdidos, en baños tan sucios que todo daba asco, y hasta la música era horrible y una noche me llevaste a un rincón repugnante, un callejón que olía a meado y muerte y entonces repentinamente se puso a nevar, no sé cuándo fue, sería invierno o tal vez ya primavera y se puso a nevar, ni siquiera hacía frío y aquella nieve era lo más hermoso de la tierra, y los copos caían sobre tí, silenciosos, contraviniendo las leyes de la física o el tiempo , se derretían al tocar tu piel caliente, se evaporaban si entraban en contacto con las partes de tu cuerpo que rozaban con las mías, y fue algo inexplicable, todo en ti parecía mejor, tu pelo, tu cara, tus piernas, el brillo de tus ojos iluminando aquella calle de mierda y aquel barrio de mierda y aquel mundo de mierda, y tú quisiste parar pero no te dejé y besé tus labios como nunca lo había hecho con nadie y como nunca jamás haré, y seguí despacio, despacio, y te gustaba tanto que llorabas, casi te hacía daño cuando intentabas irte y yo te abrazaba fuerte y aquello te gustaba más y más y entonces eras tú la que no podías dejarlo, y no existía nada y acabamos los dos y no existía nada más que nosotros y la nieve, no había otra cosa que tú y yo entrelazados de un modo animal, bajo la nieve cada vez más intensa, cubriéndolo todo y entonces tú te subiste las medias y la falda y me diste un empujón y me gritaste así no puto imbécil, mientras te marchabas corriendo por esa calle ahora blanca y reluciente, dejando las huellas de tu botas como estigmas en la nieve y ya jamás te volví a ver. Jamás.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Insomnio






Una vez amé a una mujer insomne
y las noches eran una casa
donde el vértigo poseía una gran butaca

Una vez amé a una mujer insomne
en las largas horas de la noche
su cuerpo caía sobre la cama
como una catedral antigua

Y se oía el eco de su aliento
la rara estructura del sigilo
en la  eterna celebración
de la negra eucaristía.

Una vez amé a un mujer insomne
y viajábamos a los lomos
de recuerdos invertebrados
cuya antigüedad y signo
no pudimos descifrar


Anchos bulevares, boutiques
y burdeles
en los sueños perdidos de la mujer
insomne

Cada noche llorábamos juntos
por los sueños que no eran
y nuestras manos  nuestras
pieles
cada noche.

Una vez amé  a una mujer insomne


Cada noche que no duermo
acompaño a esa mujer insomne
en el inmenso recinto de la vigilia