jueves, 24 de abril de 2014

Coito Póstumo


Tenía que creer a mi novia porque se estaba muriendo y no tenía razón alguna para mentirme ahora que ya todo importaba poco y cruzaba el puro umbral a la nada. Sus palabras eran solemnes y definitivas y en sus ojos la sinceridad brillaba nítida. Mi novia confesó que era cierto que me quería mucho, muchísimo, aunque quizá no tanto como siempre me había dicho y eso me llenó de tristeza. Luego reconoció con voz temblorosa lo que siempre sospeché, que me había engañado varias veces a lo largo de su vida aunque con un número de hombres sensiblemente inferior al que yo temía y que además yo había sido probablemente el mejor en la cama, el que más la había hecho disfrutar y quien mejor conocía los resortes secretos de su cuerpo. Eso me pareció fantástico y sentí un enorme gozo en mi interior.

Estaba hermosa mi novia hablando en la hora última, mirándome a los ojos tan fijamente, hermosa ahora que se iba a morir porque su enfermedad era una rara patología que respetaba su organismo, que la liquidaba sin erosión, intacta, con su cuerpo inmaculado hasta el final. Así que la besé, y comencé a acariciar su piel ignorando si le quedaban 10 minutos o media hora o un año, y ella me respondió con un beso lento y terráqueo que sabía a despedida cósmica. Qué caliente estaba su cuerpo dios mío. Sería la fiebre o sería la inminencia de la desaparición pero todo quemaba de una manera deliciosa y la desnudé retirando aquel sudario formado por lencería fina y blanca, descubriendo aquella ofrenda a punto de ser entregada. Qué espléndido incendio, aquel pelo rubio casi natural, aquel acento venido de los Cárpatos o por ahí, ahora que yo la miraba y la guadaña se cernía firme y fría sobre ese cuello apetitoso.

Como siempre sucedió yo la lleve al éxtasis, la conduje bordeando el precipicio por el que inevitablemente tendría que despeñarse en breve, haciéndola gemir, con algunas partes de su cuerpo calientes y otras (las adecuadas) frescas y sabrosas. Y ella pidió morir gritando, admitiendo que mis chistes eran los mejores que había escuchado en su puta vida, reprochándome sin embargo lo rematadamente mal que cantaba, que jamás había soportado cuando le susurraba canciones de amor en su oído tierno, revelando que odiaba a mi madre aunque mi padre le parecía hasta atractivo para su edad. Pero qué importaba todo eso ya, porque estaba feliz sometida a mi implacable ceremonia carnal, consciente de que aquel placer que yo le suministraba lo había sido todo, el culmen, la luminosa puerta a su desaparición. Y así fue como falleció, desnuda, en mis brazos, dolor y placer insoportables, con sus pechos tan turgentes que parecían estar en plena floración y no extintos. Y entonces lloré amargamente observando la desgarrada belleza de su cadáver. 

Lloré de una forma lenta y consciente, pensando que había sido glorioso, un homenaje póstumo en vida insuperable, con el parpadeo tras la persiana de unas luces de neón resplandeciendo en mitad de la fría noche, frente a los restos ya inertes de una criatura plena de lujuria y amor. La estaba imaginando ingresando en los cielos con una sonrisa insultante, bailando al son de los clarines divinos cuando la chica se levantó y me dijo cuanto era y a mi pareció algo caro y le volví a pedir que la semana siguiente me atendiera Katia, la polaca, que se sabía morir pero que muchísimo mejor.




Créditos imagen:

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2 comentarios:

  1. noooooooooooooooooooooooooooooooo
    (me ha encantado)
    NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO

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  2. Vaya! He llegado aqui por casualidad y lo que me he encontrado es fantástico...volveré!

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